Aunque este concepto aparece como algo novedoso y que incluso el Gobierno actual lo ha incorporado como un Ministerio, la transición ecológica y, dentro de ésta, la energética, se ha producido en la historia de la humanidad a lo largo de los siglos, asociada al descubrimiento y explotación de nuevos recursos.
En un breve repaso a estas transiciones podemos observar que hasta el siglo XIX fue la madera el recurso que no sólo facilitó la construcción de barcos, armas, viviendas, etc., sino que también constituía el recurso energético utilizado para usos domésticos (calefacción, agua caliente,…), así como permitir que las máquinas de vapor hiciesen su trabajo.
En el siglo XIX, con el descubrimiento y posterior explotación del carbón, este recurso pasó a un primer lugar en prácticamente todas las funciones que realizaba la madera.
En el siglo XX, con el descubrimiento del petróleo y el gas natural, este recurso vuelve a desplazar al carbón, siendo omnipresente en la elaboración de muchos productos pero, sobre todo, como el principal recurso energético que se utiliza como combustible en agricultura, industria y transporte de personas y mercancías. El problema es que son agotables y muy contaminantes.
El siglo XXI, periodo en el que nos encontramos, se piensa en las energías renovables como alternativa a las necesidades energéticas de la humanidad. En realidad, la utilización de estas energías limpias (sol, viento, agua, gas metano) no es algo nuevo en la historia de las civilizaciones, pues hace siglos que se utilizaban.
Las dificultades que han frenado el desarrollo de estos recursos renovables han sido de tipo político, económico e institucional. Con el descubrimiento del petróleo, las energías renovables quedaron relegadas, hasta el punto de ser prácticamente olvidadas. Ahora bien, el petróleo y gas natural, que se han ido formando en el subsuelo a lo largo de millones de años, no son inagotables y los Gobiernos, pero sobre todo los Monopolios vuelven a interesarse por las energías limpias. Es evidente que las pondrán en práctica cuando su explotación signifique un beneficio para los intereses económicos que defienden y técnicamente puedan ser tratadas al mismo nivel de concentración que las energías sucias (térmica, nuclear, etc.).
En realidad, este momento ya ha llegado, puesto que actualmente podemos observar la proliferación de parques eólicos y macroinstalaciones de energía solar (térmica y fotovoltaica) que estos monopolios están explotando, con el consiguiente impacto medioambiental, cuyo coste creo que no se compensa con los beneficios económicos que obtienen.
Por otra parte, concentrar la producción de energía supone que posteriormente habrá que distribuirla a lo largo de miles de kilómetros de líneas de alta tensión que, además del impacto ecológico que supone, se pierde mucha energía en dicho transporte.
Socialmente, también se ha producido un deterioro importante, pues con la construcción de grandes presas (por decreto ley), para el aprovechamiento del agua, ha significado tener que emigrar los habitantes de las zonas afectadas del lugar que era su residencia y su forma de vida. Con las centrales térmicas y nucleares ha sucedido algo similar, aunque el matiz que las diferencia consiste en que estas últimas contaminan el agua de los ríos, al tener que sustraerla aguas arriba para soltarlas aguas abajo. Esto se debe a la necesidad de refrigerar, es decir, enfriar el calor que produce el reactor nuclear, implica que el agua del río se caliente, aumentando por tanto la temperatura del agua que utiliza, alterando las condiciones térmicas que necesita la fauna.
El “progreso” nos ha llevado a depender de unas fuentes de energía limitadas y contaminantes (petróleo, gas, energía nuclear), generándose un modelo económico en el que se ha prestado más atención a producir en grandes cantidades, que a buscar un desarrollo sostenible, es decir, un equilibrio entre las necesidades humanas y el respeto al medio ambiente.
A mi juicio, la economía debe dejar de ser un fin para convertirse en un medio y reconocer que todos los ecosistemas que existen en la Tierra no pueden estar al servicio de los mecanismos económicos. Esta transformación de la economía no significa el “fin del progreso”, sino cambiar el modelo que tiende a sobrepasar la capacidad de la biosfera (ecosistema que nos mantiene a todos seres vivos en equilibrio) a otro modelo que se organiza en torno a una auténtica sostenibilidad.
Alcanzar el nivel de conciencia social que reconozca a la Naturaleza como un componente fundamental en cualquier proceso económico. El abandono del crecimiento material sin límites no significará la perpetuación de la pobreza, sino que todo el mundo tiene derecho a tener cubiertas sus necesidades materiales y que éstas no pueden sobrepasar la capacidad de regeneración de la biosfera.
Sería positivo pensar en una forma de vida en la que la solidaridad y la cooperación sean los pilares para construir el nuevo modelo económico. Vivimos en un mundo finito para proveernos de sustento, y el reto -como humanos- creo que es ser capaces de encontrar la felicidad sin un incremento permanente del consumo material.
Pensar en las energías renovables como el recurso que sustituya a las convencionales puede ser un error, si no se ponen en práctica otras medidas que hagan posible cubrir unas necesidades más acordes con los recursos que disponemos. Es decir, si mantenemos el nivel de consumo actual y si el sector primario, secundario y terciario no se plantean mejorar la tecnología y la filosofía de trabajo, haremos corto con todo tipo de iniciativas o alternativas de producción de energía, por muy limpia que sea. En resumen, es vital encontrar el equilibrio entre las disponibilidades y las necesidades.
Para que esta transición energética sea lo más justa posible, considero que es necesario tener en cuenta los cambios que se han de producir en otros eslabones de la cadena sostenible: la educación, la movilidad, la construcción de viviendas y el uso del agua que hacemos en ellas, los residuos que generamos, los recursos energéticos (sol, aire, agua, petróleo, gas, nuclear), desigualdades sociales, …
Las energías renovables están repartidas por todo el planeta, cualquier lugar del mismo posee uno o varios recursos de los que se puede beneficiar sin depender de los demás. Esta realidad no sería incompatible con el hecho de poder compartir o intercambiar estos recursos entre diferentes poblaciones. Por otra parte, esta riqueza inherente a cada lugar invita a que su uso se desarrolle de una forma descentralizada.
Esta descentralización significa que sean las propias personas o grupos sociales quienes construyan, gestionen y controlen los sistemas de generar su propia energía, adaptándolos a unas necesidades reales. Cada zona dispone de recursos energéticos limpios que habría que estudiar para poder ser usados de forma racional.
Por ejemplo, en zonas montañosas, como es el Pirineo, es más factible usar la energía minihidráulica, ya que dispone del nacimiento de los ríos y su posterior discurrir por sierras y valles. En otras zonas como el Prepirineo se podía pensar en utilizar la energía solar, eólica y el biogas (gas metano). Este último, puede ser de gran interés, debido a la cantidad de granjas de porcino existentes en la zona. No obstante, siempre hay que hacer un estudio de viabilidad.
Es importante que vayamos tomando conciencia de que el Sol es la principal fuente de energía, pues nos da luz y calor, regula el clima e impulsa los grandes ciclos que determinan la vida en el planeta.
Como alternativa a la sociedad consumista, despilfarradora de energía y recursos, centralizada, dependiente de las Multinacionales, con toneladas de residuos radiactivos bajo nuestros pies y como herencia para las generaciones futuras, con una tecnología cada vez más sofisticada e inalcanzable, donde para disfrutar de la Naturaleza tengamos que pagar, propongamos un modelo social basado en las energías renovables de tecnología sencilla, que supongan integrar al ser humano y a sus actividades en los ciclos naturales, descentralizada tanto de poder, de población, como de producción, sin contaminación, donde el hombre gestione sus propios recursos y actividades, y donde las relaciones humanas se basen en la solidaridad entre los diferentes pueblos.