Paula Gracia: Daniel, ¿cómo empezó su contacto con el pastoreo y la trashumancia?
Daniel Rufat: De pequeño veía como mis abuelos, y después, mis padres trabajaban con el rebaño y cuando acabé la E.G.B y salí de la escuela decidí seguir sus pasos, coger el relevo y dedicarme a ser pastor. Lo veo como una tradición familiar ya que ellos también eran trashumantes. En esa época había muchos más pastores que decidían adentrarse en el mundo de la trashumancia, yo llevo 35 años realizando la misma ruta, comencé a los 14 años y ahora tengo 50.
P.G.: ¿Cuáles son sus primeros recuerdos como trashumante?
D.R.: Son momentos emocionantes que recuerdo con gran entusiasmo. Ser pastor trashumante es un trabajo como cualquier otro, te tiene que gustar porque si no, no lo harías. Es un poco cansado porque tienes que estar desde que amanece hasta que anochece, en el monte andando con las ovejas, pero con el ambiente fresco que tenemos en estos meses de verano en la montaña, se va llevando bien.
P.G.: ¿Explíquenos en qué consiste la trashumancia?
D.R.: Es un tipo de pastoreo que implica ir con los rebaños de la dehesa de invierno, denominada zonas bajas, a la de verano, que se llama zona alta, o al revés. Se suele empezar la ruta a principios del mes de junio cuando escasea el pasto en las zonas bajas y las temperaturas comienzan a subir, así conseguimos mantener al pasto con la climatología y no sobreexplotar los campos.
P.G.: Este oficio es uno de los más ancestrales, ¿en qué ha cambiado en los últimos años?
D.R.: En lo que más he notado los cambios ha sido en la seguridad con la que nos movemos y las condiciones de vida de las zonas altas de los valles. Antiguamente, no teníamos ningún tipo de apoyo, y ahora nos acompaña un coche que nos suministra el agua y la comida necesaria para los días de travesía. Una vez que llegamos al valle, esta labor la realizan unos helicópteros. Por otra parte, ahora dormimos en tiendas de campaña o casetas en las que tenemos nevera, en cambio antes, nos tirábamos al raso con una manta. Los cambios me permiten bajar a casa dos veces en cada trashumancia, una vez en julio y otra en septiembre.
P.G.: Normalmente, ¿cuántos días está de trashumancia?
D.R.: Yo estoy siete de ida y siete de vuelta, si las condiciones climatológicas son favorables porque en ocasiones la lluvia nos ha hecho parar y retrasarnos, pero lo normal es eso, una semana de camino.
P.G.: ¿Qué características tiene la ruta que sigue usted?
D.R.: La ruta que sigo atraviesa una parte de carretera general y esto dificulta mucho el traslado por el continuo tráfico. Son torno a dos días, o dos días y medio en carretera.
P.G.: ¿Son bien recibidos en los pueblos que atraviesan?
D.R.: Si, por supuesto. Como siempre paso por la misma ruta la gente ya me conoce y sale a saludarme.
P.G.: ¿Cree que la trashumancia es una tradición que está destinada a perderse?
D.R.: Sí, en la época de mi abuelo la mayoría de los pastores eran trashumantes, pero a día de hoy, en el pirineo aragonés estaremos entre los diez o doce pastores. En el valle de Ansó hay dos o tres, en el de Canfranc uno, en el de Tena dos o tres y en el de Benasque tres. Actualmente no hay gente joven que siga esta tradición y yo creo que con el tiempo sí que se perderá. En otros lugares de España no lo sé, yo hablo del pirineo aragonés porque la gente joven no mueve a los pastos y muchos se decantan por criar a las vacas.
P.G.: ¿Qué es lo que más le gusta de su profesión?
D.R.: El estar acompañado por las ovejas, son parte de mí y paso la mayor parte de mi tiempo con ellas, si algún día no las veo las echo en falta.