El 2 de febrero es el día de la Candelera, en aragonés, desde 1512 feria y día grande en la ciudad de Barbastro. Ciertamente este año ha sido diferente, triste y solitario, no se ha escuchado la alegría del gentío que desbordaba las calles.
Era otro día de la Candelera, en concreto del año 1366, no había mercado pues este se celebraba desde el día 15 de agosto al 24, día de San Bartolomé. La ciudad andaba recuperándose de la derrota en la Guerra de la Unión (1347) en su levantamiento contra el rey Pedro IV y, sobre todo, intentaba paliar el devastador paso de la peste que se propagó por esta zona en octubre de 1348.
Esa fría mañana de febrero, un cuerpo del gran ejército mercenario de las Compañías Blancas al mando de Bertrand de Guesclin que, irónicamente, habían sido contratados por el monarca aragonés para acudir en su ayuda en el conflicto que sostenía con Pedro I de Castilla, se presentó ante los muros de la ciudad.
Desde Barcelona comenzaron un itinerario de destrucción penetrando en Aragón por Albelda y Sariñena saqueándolas, sorteando Monzón hasta llegar a Barbastro a la que sometieron a un violento asalto.
Se desconoce si existió algún desencadenante para causar el ataque o fue meramente un acto de rapiña, pero sí que se conoce su desarrollo por noticias coetáneas que recibimos gracias a una referencia rescatada en el siglo XVII por Gabriel de Sesé, erudito local, del libro hoy perdido de la antigua cofradía de San Luis de los franceses, con sede canónica en el desaparecido claustro del convento de San Francisco.
La crónica ilustra con meridiano detenimiento el asalto de la ciudad, especialmente descriptiva es cuando hace mención del incendio de la torre del campanario de la iglesia de Santa María la Mayor (actual catedral), donde fallecieron aproximadamente trescientas personas de entre las principales de la ciudad, quizá buscando refugio en un terreno sagrado que desgraciadamente no encontraron, pues los mercenarios “metieron fuego al campanal, e trobose que se cremaron en el dito campanal quales que trescientas personas, que murieron e fueron feitas ceniza con todas sus cosas que alli eran”.
No dice nada sobre los habitantes de las minorías religiosas, pero con seguridad sufrieron el mismo destino que los habitantes cristianos, puesto que se conoce que la judería fue incendiada en su totalidad. Pudiera ser que los musulmanes trataran de llegar en busca de socorro en el castillo de los señores de Entenza de quienes eran vasallos, el resto de las personas (Barbastro tendría unos 2000 habitantes en total) igual trataron de refugiarse en la pequeña fortaleza de la Barbacana o tras los muros de los conventos de la Merced o San Francisco, sea como fuere el pavoroso incendio que se desató arrasó con las casas del ayuntamiento y, según esa crónica, no dejó ningún edificio indemne.
Esto era en 1366, fecha teñida de muerte y destrucción y, a partir de 1512 asociada a la prosperidad y a la alegría. Durante toda su historia la ciudad ha tenido altibajos de profunda tristeza y momentos de gran alegría, y ante todo persiste, no se rinde. Como digo ningún tiempo pasado fue mejor, siempre hay que tener esperanza que todo se arregle y a ver si podemos celebrar el fin de esta horrorosa situación lo más pronto posible