Yo soy Bach. Un creador, un genio, un semidiós. En mi ofrenda musical modulo ad infinitum, cual bucle extraño, un tema regio y, a modo de canon en perpetuo ascenso, me hallo sostenido cual virtuoso barroco; relamido y mordente. Y tú, piel blanca y timbre moderato, siempre subdominante en la obertura, con tu trino ritenuto y tu puntillo galante representas para mí la fantasía, el contrapunto.
Con ritmo dinámico orquestas la armadura de mi compás, y presto a la composición me dejo transportar, en progresión armónica, siguiendo la cadencia de tu pulso. Ligando cada nota, piano piano, recurro a portamentos, invierto mis deseos y acelero hasta que se opera el milagro. Si el motivo no me convence, garrapateo la partitura; la clave está en la repetición. A veces lo consigo a la tercera, a la quinta o a la octava. Nunca me rindo. Si es necesario me entono y, en una fuga hacia adelante, afino mis sentidos y piso el pedal. Me libero de cuerdas, toco madera y me dejo acariciar por los vientos hasta que, por bemoles, doy con la tecla. Es aquí cuando en mayor o menor medida siento la pasión de los trémolos, la polifonía de las voces, lo profano de lo sacro. Entonces me retiro a mi cámara y, en silencio, rezo sanctus y kyries como agradecimiento.
Contigo mi vida es un adagio, allegro y pleno de percusión a temporadas, disonante y con cesuras por momentos. Una loca partitura, interpretada sin director, en la que se intercalan, ad libitum, pentagramas atonales y tritonos, preludio de agitatos sin sordina. Reclinado en el tresillo escucho tus sonatas a capela; ese bajo cifrado, figurado y continuo que me obliga al análisis. Pero a pesar de tus altos y tus bajos, de esos intervalos en los que lo dominante sugiere disminuidos, considero que el sistema es tonal. Me deleito con tus acordes aumentados, tu tablatura bien temperada, el vibrato de tu chelo. En general nuestros conciertos fluctúan entre el romanticismo de los primeros tiempos y el lieder de la coda, alternados con interludios renacentistas. Los estribillos me saben a gloria, así como los ornamentos corales en las tardes de domingo.
Por lo demás, debo confesarte que me siento atrapado por la sublime sinfonía que envuelve nuestra suite, y que pienso hacer un calderón en mi vida, pues deseo disfrutar de tu clásica musicalidad hasta el último clic del metrónomo. Porque yo soy Bach.