Barbastro en 1931, octubre. Las hojas de olivo. La mayor parte de nuestros abuelos y bisabuelos eran campesinos, labradores o disponían de un pequeño huerto que cultivaban aprovechando unos conocimientos ancestrales que les habían transmitido sus mayores. En un anuncio de la prensa barbastrense de Octubre de 1931 se podía leer:
«Compro. Hoja de olivo. Pago ocho céntimos Kilo. Granja Alcanetos.»
¿Para qué quería alguien comprar hojas de olivo?
En primer lugar para hacer infusiones que, según se sabía y era de conocimiento popular, resolvían problemas de estreñimiento y digestión y en segundo lugar para tratar heridas en la piel debido a sus grandes propiedades cicatrizantes. Hoy hemos aprendido mucho de sus beneficios y sabemos que además reducen la presión arterial, son antiinflamatorias, mejoran los resfriados y son antibacterianas, tranquilizantes y estimulantes del sistema inmunológico.
Dos decretos aprobados por el Gobierno de la República se interpretaban como un síntoma de la nueva España republicana, demócrata y europea.
Por un lado el nuevo SEGURO DE MATERNIDAD, que desde el primero de octubre se aplicaba a todas las obreras y empleadas del comercio, de la industria y de entidades y corporaciones locales y provinciales que no tuvieran más de 50 años y no ingresaran más de 4.000 pesetas al año (24,04 euros). Las beneficiarias recibían asistencia facultativa en el embarazo, en el parto y en el puerperio (hoy lo llamamos postparto), indemnización metálica en las semanas de descanso y subsidio si lactaban a sus hijos.
Por otro lado, el Ministro don Alejandro Domingo impulsó el decreto que establecía la GRATUIDAD DE LA ENSEÑANZA en todos los centros oficiales para alumnos y alumnas pobres (Obsérvese el uso del masculino y del femenino: alumnos y alumnas) que muestren aptitud y capacitación para seguir sus estudios desde Primaria hasta la Universidad.
Eran avances sociales limitados, pero algo empezaba a cambiar.
En Barbastro el concejal José Pera (el hombre del bigote permanentemente desordenado) comentaba la política municipal quejándose amargamente de las dificultades de ejecutar su trabajo como edil en estos términos:
«Desde las elecciones no se ha hecho nada, nada ha pasado de ser un proyecto. Si no ha sido la Alcaldía han sido las Comisiones las que han dejado inertes todos los proyectos. Todo propósito o toda idea quedan estrellados. Considero fracasado al Municipio. El pasivo era de 250.000 pesetas, y añadido el del año 30 y el del 31 pasará a ser de 310.000 pesetas… Mi temor como munícipe y síndico es que no se llegue a poder enjuagar el déficit entrando el Ayuntamiento en deprimente régimen de tutela».
La prensa recogía el descontento por la gestión del Ayuntamiento en materia de educación. Tras una Primera Enseñanza en Grupos Escolares a todas luces insuficiente, para cursar la Segunda, esto es, el Bachillerato, los escolares debían marchar al Instituto de Huesca (a 55,8 km de Barbastro) o al de Lérida (66,1 km de distancia). El coste económico para las familias era muy importante y representaba una brutal selección de forma que solo los hijos de familias con más recursos podían desplazarse hasta estas dos capitales para seguir estudiando. Llevar a un niño/niña a estudiar a Huesca o Lérida representaba aproximadamente 1.000 pesetas (6,01 euros) más de gasto anual que si lo hacía en Barbastro. Pero… en Barbastro no había Instituto.
Era tal el coste y tan pocos los que se lo podían permitir, que el hecho de que algún escolar barbastrense obtuviera el título de bachiller era digno de ser noticia y de enhorabuena. Como ejemplo se publicó en uno de los semanarios de la ciudad la noticia de que la Señorita Pepita Arcarazo Albiñana y los alumnos Luis Camón Palacín y Emilio Rodríguez Fernández habían obtenido brillantemente el título de Bachillerato Elemental. El Bachillerato Elemental se obtenía al haber aprobado los cuatro primeros cursos y superado la Reválida de Cuarto. Todavía faltaban dos años más (5º y 6º) para obtener el título de Bachillerato Superior que daba acceso directo a la Universidad.
Mi padre, Ramón Bosch Marro, que en 1931 tenía 11 años, tuvo que empezar el Bachillerato en Lérida.
La publicidad. Tremenda era la presión que los comercios, industrias y particulares ejercían a través de los semanarios publicados en nuestra ciudad sobre los barbastrenses.
He tenido la paciencia de contar el número de anuncios publicitarios que se publicaron en cuatro semanarios barbastrenses en octubre de 1931. Ello teniendo presente que aproximadamente un 40 % de la población era analfabeta. Este es el resultado: 46, 47, 51 y 56 anuncios. M. Pardina (Alquiler de Automóviles), Chocolates Acín, Justo Aixelá (Cementos), Luis Alfós (Almacén de Cereales), Ramón Salazar (Aguardientes), Almacenes San Pedro, San Ramón Gran Hotel y Café, Café París… y muchos otros, son solo algunos de los habituales