Los niños son como semillas en cuyo interior se encuentra todo lo necesario para desarrollarse y crecer felices. Nuestra labor como docentes es la de ser buenos hortelanos. Tenemos una bonita misión, ayudar a que estas semillas, una vez germinadas, crezcan y se conviertan en magníficos árboles. Sin embargo, esto no siempre es fácil puesto que la escuela no solo es un lugar de aprendizaje, también es un espacio de convivencia en el que interaccionan adultos y niños, cada uno con su mochila de pensamientos, emociones, creencias y experiencias que condicionan su manera de percibir e interpretar la realidad. Ello hace que se generen conflictos que es necesario abordar.
Hoy en día tenemos a niños más inteligentes curricularmente pero con más problemas emocionales. El acoso o bullying en España se ha incrementado de forma alarmante y los problemas de convivencia son frecuentes en los centros educativos. Los profesores nos encontramos con la dificultad de educar a pesar del bombardeo de los medios de comunicación, de los videojuegos… que parecen fomentar la agresividad; el estilo educativo de algunas familias que no favorece la resolución de conflictos en el aula y nuestro propio estilo educativo (autoritario, permisivo o democrático).
Si como docentes queremos saber resolver conflictos, es necesario conectar mente y corazón. Lamentablemente, nos hemos desconectado del sentir dando prioridad a la mente. Para resolver conflictos es imprescindible conocernos, estar conectados, tomar consciencia de nuestras emociones, reconocerlas y saber gestionarlas adecuadamente para que jueguen a nuestro favor y no en nuestra contra. Una adecuada inteligencia emocional nos permitirá poder resolver de manera asertiva los conflictos. ¿Cómo vamos a gestionar los conflictos que surjan en el aula si no hemos resuelto nuestros propios conflictos internos? La salida siempre está en el interior.
Os invito salir de la mente (donde están nuestras creencias, juicios…) y bajar al corazón, solo desde allí podemos comprender al niño en toda su globalidad y con todas sus circunstancias, es desde allí donde se da la comunicación real, a un nivel más profundo y donde surgen los verdaderos cambios.
Los docentes, como buenos hortelanos, hemos de procurar buscar un suelo fértil en el que germinen estas “semillas” que tenemos cada día en las manos. Una forma de preparar el terreno es mirar a cada alumno desde la aceptación y el respeto, teniendo en cuenta el entramado de relaciones en las que están inmersos. Es fundamental practicar una pedagogía del corazón, aceptando a cada niño como es, sin juicio, independientemente de su comportamiento. Mirar a los alumnos desde la abundancia, viendo a cada niño desde sus posibilidades y no desde lo que les falta. Es así como los docentes, cada día, con nuestras acciones y actitudes sembramos una educación para la paz, y la abonamos generando un clima de amor en el que caben todos, alumnos, profesores y familia. Desde aquí, las acciones que emprendemos llegan a lo profundo y dan sus frutos.