Del video que vimos, el de la semana pasada, lo que me llama la atención son los gritos que se escuchan: ¡por favor! ¡por favor!, ruidos e incluso insultos en busca de asentimiento, de comprensión,- ¡solo somos jóvenes! – nos querían decir. En realidad no sé qué puede sorprendernos. Una multitud de creyentes en una sociedad, un país, el universo a medida de sus aspiraciones, es decir, seguidores de la religión de la concesión sin límites. Parece que toda una generación vive con ese credo. Una generación o dos o tres… quedando a la espera de las dádivas que provee el sistema que nos hemos dado, sin resquicio de deuda, de corresponsabilidad. Este incidente, vandalismo y posterior resistencia de los implicados que la tomaron con la letra O en la plaza del Mercado… Una gamberrada más, prueba indubitada del desprecio hacía lo de los demás, o peor, de lo común. Malos tiempos para el civismo. Se observa, cuando uno quiere ser observador, la cantidad de pruebas de lo que decimos. Pequeños detalles insignificantes, diríamos baladí: árboles tronchados, papeleras desconchadas y aplastadas, señales de tráfico, farolas, bancos machacados porque sí, apenas unos días después de ubicarse en el mejor de los lujares que un funcionario o concejal pensó que sería el idóneo. Poca cosa, nos decimos.
Hablad con los empleados del servicio de limpieza, con los basureros de siempre. Papeles alrededor de los contenedores, contenedores rodeados de bolsas de basura por el suelo; papeles por paseos, por avenidas, por calles, por callejones sin salida; papeles y basura en el campo, en cualquier camino próximo a cualquier población, vertederos improvisados en dondequiera que mires, en cualquier cuneta, todo esto porque alguien quiso deshacerse de sus detritos pronto, rápido, sin engorro, para ir deprisa a ninguna parte. Es una cuestión de civismo y amor por lo común, de amor propio. Sería buena idea organizar brigadas de limpiadores voluntarios. ¡Me apunto! Todos estos señores de la limpieza con los que me cruzo o hablo pronto por la mañana, que luchan contra un gigante orondo que los fagocitará al menor descuido, necesitan que les echemos una mano.
En cualquier población que se precie, las autoridades contemplan normas que regulan estos comportamientos, en la nuestra se llama “ordenanza convivencia ciudadana”. En ésta se detallan todas las actitudes que alteran la convivencia, contemplándose infracciones según su gravedad y sus correspondientes sanciones. No obstante, lo que funciona es la responsabilidad compartida. Dar a la sociedad, al país, al municipio, al prójimo, dar y cuidar de lo común que es lo de todos.