Las Saturnales (en latín Saturnalia) eran unas fiestas paganas en honor al dios Saturno, dios de origen confuso, pero ya muy antiguo, protector de las siembras y de las cosechas, que se le representaba siempre con una podadera o una hoz en su mano, con la que emasculó a su padre Urano para hacerse con el trono.
Fueron instituidas en el año 217 a.C. para subir la moral de los romanos tras una dura derrota militar sufrida ante los cartagineses en el lago Trasimeno, durante el transcurso de la Segunda Guerra Púnica (218 – 201 a. C.).
En un primer momento, se celebraba el 17 de diciembre (fecha de la consagración del templo de Saturno en el Foro romano) con un sacrificio en dicho templo y un banquete público de carácter festivo (lectisternium), al grito generalizado de Io Saturnalia (“Felices Saturnales”), y alcanzaron tal éxito entre el pueblo, que acabaron por extenderse del 17 al 23 de diciembre, coincidiendo con el solsticio de invierno (el periodo de menos luz diurna, cuando el Sol sale más tarde y se pone antes), cuando las labores agrícolas ya han terminado, y los campesinos y esclavos podían permitirse aplazar el duro trabajo diario.
Los romanos las llamaban “el renacimiento del año”, y durante esos días decoraban las casas con plantas, engalanaban las calles, encendían velas para celebrar la nueva venida de la luz (que el día iba a a volver a ser más largo), visitaban a sus familiares y amigos, celebraban grandes banquetes públicos y otros esparcimientos (bailes y cantos), intercambiaban regalos, y hasta se permitía una subversión del orden social, quedando anuladas las distancias entre los hombres (así, por ejemplo, los esclavos vestían el píleo como signo externo de libertad, o las ropas de sus amos, y hasta estos les servían sin recibir aquellos ningún castigo físico), con un ambiente muy cercano a nuestros carnavales. No está de más recordar que el poeta romano Catulo (84 – 54 a. C.) llamó a esa fiesta “el mejor día del año”, aunque el filósofo Séneca (4 a. C.- 65 d. C.), que advertía del peligro de la locura colectiva, fue uno de sus mayores detractores.
Por otra parte, el mismo 25 de diciembre ya era una fecha de celebración para los romanos. En esta ocasión festejaban el Sol Invictus, un culto a la divinidad solar asociado al nacimiento de Apolo, dios del Sol. Este culto se desarrolló en el período mitológico romano y duró hasta la conversión del cristianismo en la religión oficial del imperio (será el emperador Constantino el primero en legalizarlo, y quien estableció el 25 de diciembre para conmemorar el nacimiento de Jesús, probablemente con la intención de superponer las prácticas cristianas a estas más antiguas que hemos comentado).
Es evidente que estas festividades influyeron en el cristianismo, que se basó en ellas para celebrar la Navidad, palabra que proviene del latín nativitas, -atis, “nacimiento”, de donde viene también el nombre de Natividad, que se aplica a la Virgen, y que tiene lugar el 8 de septiembre.