Cuando de niños no se han respetado nuestros límites y necesidades, cuando hemos vivido el abuso emocional de nuestros mayores ya sea en forma de chantaje, manipulación emocional, castigo o miedo, llegamos a ser adultos obedientes incapaces de respetar nuestros propios límites y mucho menos los de nuestros hijos.
Para comprender por qué nos cuesta tanto poner límites, antes hemos de retroceder y bucear a través de la línea del tiempo, en la propia historia personal.
Nuestra dificultad para poner límites viene, en gran parte, de nuestro deseo de complacer. Muchos, de niños, comenzamos a apagar nuestra voz para escuchar la de nuestros mayores. El precio que tuvimos que pagar para conseguir aprobación, mirada y amor de nuestros padres fue más alto de lo que pensábamos: nuestra desconexión.
De este modo empezamos a adaptar nuestra conducta a lo que se esperaba de nosotros, comenzamos a responder a las expectativas del entorno y, por ende, empezamos a traicionar nuestra voz interior. De este modo, crecimos complacientes, obedientes, inseguros y con miedo al rechazo de la gente a la que amábamos. Lo que sentimos de niños dejó una impronta tan grande en nuestro corazón que nos sigue condicionando en nuestra vida adulta.
Si has sido una niña o un niño «bueno», es probable que de adulto te cueste poner límites a los demás. Seguramente te costará ser asertivo, decir no ya que podrá más tu patrón de complacencia aprendido. Por ello te invito a que te repitas mentalmente: NO NECESITO LA APROBACIÓN DE NADIE, SOLO LA MÍA.
Te animo a que poco a poco vayas aprendiendo a conectar con tus necesidades internas, pregúntate: ¿es lo que quiero o es lo que creo debo? Aprende a decir: «NO», «ahora no puedo», «deja que lo piense», «necesito tiempo para mi» … Aprende a cuidarte y a escuchar tus necesidades internas de descanso, silencio, desconexión…
Ponte como prioridad y pregúntate: ¿esta conducta es un acto de amor hacia mí? Si no es así cambia tus rutinas, cuida tu alimentación y haz todo aquello que te haga sentir bien.
Aprende a escuchar tu voz interior, tu intuición y no la apagues de nuevo.
Has de saber que cada vez que te escuchas fortaleces tu conexión y reavivas tu fuego, ese que un día apagaste por fuera pero que te quemaba por dentro. Ese mismo fuego es el que has de volver a sacar para poner límites, expresar lo que quieres y lo que sientes. La vida no te ha sacudido, la vida te ha traído personas que han abusado de tu confianza, se han aprovechado, te han retado, han invadido tu espacio, no para fastidiarte, sino para que descubrieras tu fuego, desarrollarás tu centro de energía y recuperaras tu poder personal, el mismo que un día cediste a cambio de aceptación, valoración y cariño.
Solo desde tu propio respeto personal puedes respetar la esencia única e individual de los que te rodean, solo transformando tu interior puedes transformar la relación con tus hijos. El trabajo viene en semilla y comienza siempre en uno mismo.