Sí amigos, estas palabras y sus acordes en una de las mejores canciones del pop de los ochenta me sugieren el maravilloso espectáculo que tuve la suerte de contemplar el martes 2 de agosto en Viseu, Portugal.
Cualquier carrera ciclista atrae a cientos o miles de personas que admiran a los esforzados de la ruta. Ya vivimos, hace más de veinte años y durante muchas ediciones seguidas, el éxtasis de Miguelón Induráin en la carrera más importante del mundo. Ahora mismo, a mí personalmente no me motiva en exceso este ciclismo profesional después de haber sido testigo de tantos casos de mentiras y engaños por parte de quienes se querían subir al podio a cualquier precio.
En definitiva, que no aceptaría la invitación de quien me quisiera llevar a contemplar una etapa de estas carreras bajo sospecha. Pero, si quien te invita a presenciar el paraciclismo en estado puro es un gran amigo y un gran deportista como Diego Ballesteros…-¿Alguien sería capaz de rechazar el ofrecimiento…?. Yo no. Y por eso, en cuestión de horas, el domingo 31 de Julio se zanjó mi compromiso de amigo y escudero leal y salimos conduciendo una enorme autocaravana camino de Portugal.
Era el final del circuito nacional portugués de carreras en hand-bike y bicicletas adaptadas. Esta prueba aprovechaba las infraestructuras de la Volta a Portugal acompañándola en la etapa que había acabado el 1 de agosto, víspera de nuestro objetivo final.
Bajo un sol ardiente, la competición aparecía, ante un acomplejado y entusiasta testigo como era yo, en forma de portentosa demostración de coraje e ilusión en cada uno de los participantes de la carrera. A parte de quienes iban tumbados y pedaleando con sus brazos, algunos con lesiones cervicales que los condenaban a la tetraplejia, se podía ver a héroes que pedaleaban sin una pierna o que cogían muy fuerte los mandos y el manillar con tan sólo una mano y era por eso por lo que me sentía acomplejado, por no poder pertenecer a este género de supervivientes a la tragedia que se lanzan frente a una galerna de calor y asfalto con aptitudes limitadas pero a pleno rendimiento y una actitud eternamente opuesta al desfallecimiento.
Mi amigo Diego, mermado esta temporada por el uso continuado de antibióticos, comenzó dubitativo la prueba pero poco a poco, como el mejor motor diesel, fue aumentando revoluciones y rebasando puestos hasta alzarse con la victoria en su categoría y un segundo puesto en la clasificación general. El júbilo de los atletas en la entrega de premios era indescriptible y además de Diego, otros participantes españoles como su gran amigo Sergio también subieron, o mejor dicho, fueron subidos a pulso hasta el cajón de los campeones.
Y además… ¿-Sabéis a quién fue a parar la medalla de campeón…?. Pues al esforzado escudero que no paraba de hacer fotos y alucinar con el regalo de su amigo Diego.
Nunca hubiera sospechado vivir esta experiencia cuando comencé mi semana de vacaciones festivaleras del vino en Barbastro.
Porque es así, de sopetón, la mejor manera de acompañar las aventuras de este singular Caballero Rodante, a quien es un honor servir y portar armas y armaduras hacia el combate y la batalla en la que obtendremos para siempre la victoria contra la discapacidad.