Érase una vez una anciana que, pese a los intentos y ruegos de sus hijos y nietos, vivía sola en una casita de planta baja a las afueras de la ciudad. Era el día de su cumpleaños y de forma imprevista se presentaron en su casa a la hora de comer sus hijos, nietos y sobrinos.
-¡Felicidades abuela! ¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz…!
La anciana no salía de su asombro pues no había reparado en que ese día era precisamente el centenario de su nacimiento.
Abrumada por tanto revuelo y ruido se sentó apacible y lentamente sobre una silla y apenas musitó:
-¡Muchísimas gracias a todos, disculpad que me encuentre un poco mareada!
De pronto se sintió rodeada por sus tres nietos que la acariciaban con embelesado amor y su rostro se inundó de alegría y felicidad.
-¿Abuela, cómo haces para estar tan fuerte, joven y sana a los cien años?
Le preguntó su segunda nieta.
De pronto su hermano, el más pequeño de los tres nietos, exclamó airadamente:
-¡Ya sabes que la abuela se entrena cada día para vivir mejor!
-Sí, ya lo sé, pero muchísimas personas conocidas por nosotros murmuran en torno a la buena salud y bienestar de nuestra abuela. Contestó su hermana.
-A la abuela le gusta mucho cuidarse. Come poco y con lentitud, cada día pasea, después se tumba sobre el suelo para estirarse, cocina y procura mantener la casa limpia, pasa buenos ratos masajeándose los pies y las manos, baila, canta, medita, lee, escribe, cuida su pequeño jardín y practica durante un par de horas gimnasia de la felicidad. ¿Te parece poco? Apostilló su prima hermana, la mayor de los tres nietos.
– Y también cariño, mucho cariño, el que me llega constantemente de hijos y nietos, además de suerte, mucha suerte, para seguir gozando cada día de la dicha de vivir y dar gracias por tanta felicidad. Dijo la anciana con un hilo de voz pero con gran firmeza y seguridad.
– ¡Viva la abuela que mejor se entrena del mundo! Dijo su hija.
– ¡Viva la abuela que se entrena cada día para seguir mejorando! Gritó su hijo.
– ¡Pocas bromas con esto! Aseveró con firmeza el menor de los nietos. Con su entrenamiento diario, sin dar tregua al aburrimiento, la desidia o el sedentarismo, la abuela hace mucho más que alargar la vida y mejorar su calidad, lo más importante es que con su actuar cotidiano es un ejemplo, un espejo en el que todos los demás podemos apreciar el arte del buen vivir. ¡Gracias por tu ejemplo abuela! ¡Gracias por esforzarte en tu entrenamiento diario pues tu actuar es la mejor escuela de vida para todos nosotros!
– ¡Bravo por la abuela! ¡Felicidades abuela! Gritaron todos los allí reunidos excepto la anciana.
– De nada sirven los aplausos y vítores, las prebendas y medallas, si este entusiasmo no se plasma en un entrenamiento diario para la mejora de vuestras vidas. Vale mucho la pena entrenarse para vivir cada día un poco mejor, aunque cueste algún esfuerzo, pues no solo te haces un bien inmenso sino que actuando así no dañas a nada ni a nadie. Hay que ganarse la felicidad cada día y este esfuerzo resulta en sí mismo muy grato y reconfortante. Dijo para finalizar la anciana.