Las opiniones suelen tener un halo de brocha gorda que salvo que las firme alguien de reconocido prestigio, difícilmente trascienden a mayores. No estamos en la episteme. No quiero decir que no se pueda ni deba opinarse, simplemente llamo la atención de la necesidad de ser objetivos, al menos algo objetivos, para no tener que fiarlo todo al prestigio.
Pero sobre todo para no hurtar sistemáticamente el debate bajo la excusa de que cada persona tiene una opinión; la propia, que casualmente nunca coincide con ninguna otra. Y qué decir cuando se apela al sentido común; pues eso, que cada uno tiene el suyo y para lo que unos es trapo pues para otros es bandera.
Pero son muchas las excepciones que frecuentemente se hacen frente a los datos objetivos. Ahí está el fútbol, donde en la mayoría de los casos cuenta el último resultado, siendo muchas las ocasiones en las que a los títulos y triunfos pasados se opone el traspié del último partido. Tras veinte años gobernando Antonio Cosculluela en el Ayuntamiento de Barbastro opiniones sobre su gestión forzosamente tiene que haberlas, a cascoporro.
Su propuesta obtuvo peores resultados que la del ganador. Dato objetivo. Pero he aquí que tengo la sensación, nada objetiva, como no puede ser de otra manera; que mires a donde mires estamos más cerca de lo ocurrido con el fútbol que de otra cosa.
No sé si los triunfos pasados enjugarán la última derrota. Puede haber sido o no un accidente, pero el lobby rural lo relacionaría con la gatera. Combinar la objetivada derrota con la sensación anunciada se antoja irreconciliable. Tanto como la teoría general de la relatividad y la física cuántica, realidades cuya conciliación nadie sabe a ciencia cierta. Es que ni se sospecha. Entonces únicamente se puede especular.
En esa línea me la juego, voy a ser transgresor, un revolucionario. Como quien se atreve a saltarse el techo de gasto en el último año de legislatura esperando que si no renueva, el que venga detrás lo comprenderá. Que no se sentirá como el casero cuyo inquilino le ha dejado un escatológico regalito en la mesa del comedor, antes de cesar en un conflictivo arriendo. Viviré peligrosamente. Echaré mano de un recurso dialéctico a la altura de charlatanes con pátina de presentador local de premio literario.
Me refiero a la teoría de los valores absolutos, defendida por los que aseguran que no existen. Que no los hay. Que lo que hay son todos valores relativos. Esto significa, por ejemplo, que uno no es mediocre por que no reúna todas y cada una de las condiciones para serlo, sino porque los que le rodean son más mediocres que él.
Un primero entre iguales; el que se siente alto porque mide uno setenta y dos en una clase cuya media es de uno setenta; el tuerto en el país que todos sabemos; la audacia de un independentista. En definitiva, otro impune que confía más en que el resto no se entera que en otra cosa. Y digo otro impune, también, porque el grado de megalomanía a esos niveles es muy elevado, enfermizo; y no en vano una eximente completa, que no quiere decir que el hecho no se haya producido.
Eso, de otro lado, es ser muy pesimista respecto del resto de las personas. Pero curiosamente no un pesimismo antropológico, loable y fundamental en el pensamiento de izquierdas. Sino un pesimismo casposo e incluso despótico, en su literalidad o si se quiere en su versión más infantil, o ya puestos, infantiloide. Un neologismo, en Barbastro siempre a la última. Quizás la forma más plástica de aprehender la teoría de los valores absolutos y su inexistencia, atendiendo al giro político local al que me he venido refiriendo se encuentre en lo siguiente: Hay que tener muy mala opinión de tus vecinos, o en muy baja estima, para pensar que no se han dado cuenta que has empezado a mover unas semanas antes de las elecciones y encima no has llegado a tiempo; eso, claro está, salvo que en relación a ellos la mediocridad se diluya; pensar que entre tantos se es menos. Nada de esto último, como no podía ser de otra forma, ha hecho al caso; dato objetivo al que insistentemente me he referido por el resultado que conocemos.