Si un día, casualmente, un ángel se apareciera y me preguntara que le enseñara algún sitio bonito, le acompañaría al cementerio de Barbastro para que viera la portada de la Iglesia de Santa Fe.
Allí se encuentra un capitel que muestra el episodio de unas mujeres ante la tumba de Jesús tras haber resucitado. Hay un ángel sentado sobre la tumba, pero falta otro que le acompañaba del que queda parte de su vestidura.
Supongo que no me contestaría dónde se encuentra. Luego bajaría por Vía Taurina para que conociera la catedral. Estaría en silencio viendo como reaccionaba al ver cada imagen.
Nuestras iglesias están llenas de imágenes de santos y vírgenes, al contrario de los templos protestantes. Subimos a los altares a quienes queremos que intercedan por nosotros y seguimos creyendo en ellos atendiendo a tradiciones centenarias.
Sucede así porque nuestras creencias se basan en relatos estructurados. De la misma forma, aunque no seamos conscientes, lo hacemos en el ámbito empresarial. Nos gusta escuchar y contar historias.
Estas creencias se quedan impresas profundamente, de aquí la dificultad de cambiarlas. Por ello es necesario disponer de una actitud de dinamismo para ser conscientes de esta realidad y renovar el relato.
A lo largo de nuestra vida profesional leemos decenas de libros que nos hablan de historias que han vivido otras personas y que nos sirven como ejemplo para hacer cambios en las nuestras.
Así, recuerdo el libro “¿Quién se ha llevado mi queso?”, muy leído en el año 1998, que siguiendo la analogía de un ratón, trataba del miedo que tenemos al cambio temerosos de lo que nos pueda ocurrir.
Con la llegada de Internet y, sobre todo, de las redes sociales han disminuido este tipo de lectura para vernos invadidos por centenares de micro consejos y frases motivadoras que llegan a nuestros teléfonos.
Este formato de lectura es propio del avance tecnológico y esta sensación de aceleración a la que el filósofo Zygmunt Bauman denominó “modernidad líquida” en contraposición a la rigidez pasada.
En el ámbito empresarial esta “liquidez” ha supuesto en primer lugar una globalización de los mercados, posteriormente una innovación de los productos y, finalmente, una transformación de los modelos de negocio.
Un símil militar nos puede ayudar a entender lo que está ocurriendo. Han ido desapareciendo las dianas que estaban fijas y se han convertido en dianas dinámicas que se van desplazando.
Pero, como ya se ha comentado, seguimos necesitando las narrativas que estructuran nuestro pensamiento. El Plan de Empresa ha sido el formato que se forjó en el último tercio del siglo XX para definir un negocio.
A inicios del siglo XXI comienzan a plantearse otros formatos narrativos que permitan plasmar mejor el nuevo escenario. Así, surge el Lienzo del Modelo de Negocio.
Aunque aparentemente este nuevo formato parezca más ligero, igualmente es conveniente desarrollarlo porque nos ayuda a comprender, estructurar y poder asimilar mejor los cambios que vayan surgiendo.
No es posible los cambios mágicos a los que la cultura latina nos tienta. No es posible que un ángel nos transmitiera en una conversación todo el conocimiento que necesitáramos para que nuestra empresa fuera un éxito.
Aunque fuera posible, no sería eficaz. Como sucede con el dinero que viene fácil que se va fácil, no tendríamos capacidad para retener las supuestas revelaciones del ser angelical.
Porque, de la misma manera que una hortaliza no crece más rápido si la estiramos, requerimos de un proceso de comprensión y estructuración que conlleva su tiempo. Aquello que llamamos “una cabeza amueblada”.
Por cierto, antes de despedirme del ángel le llevaría a la Plaza del Mercado para que viera las hortalizas de la huerta y, luego, tomaríamos un vino en una taberna entre las estrechas calles del casco antiguo.
Y, tal vez, en la conversación sobre el sabor del vino y la textura de las tapas al ángel se le escapara algunas palabras que pudieran posteriormente ayudarnos a remodelar nuestros relatos.