Así decían unos versos en una de esas canciones reivindicativas del sentir aragonés en los años setenta. Si piensas en la ciudad de Huesca, en su paisaje, en sus símbolos, igual que ves su magnífica Catedral gótica, un poco más al fondo, recortadas en el horizonte, las sierras de Guara y la peña de Gratal. Sin embargo, en más de cincuenta años de actividad en deportes de montaña no había subido nunca a esta atalaya sobre la Hoya de Huesca.
Es ahora, ya casi entrando en la edad de jubilación y gracias a tres extraordinarios compañeros de viaje cuando me ha surgido una oportunidad que automáticamente acepté. La proposición hecha el martes de visitar de una vez por todas la peña Gratal se hizo real el miércoles 9 y ahí estábamos, a primera hora y a 900 m. en la presa en servicio más antigua de Aragón, la de Arguis, construida a finales del siglo XVIII, dando inicio a un recorrido circular sobre una cara norte tremendamente fría y boscosa pero que nos haría entrar en calor en dos largas horas de subida a ritmo pausado por más de seiscientos metros hacía el pico de la Calma, en el extremo este de esta pequeña cadena. Curiosamente sus 1581m le hacen superar en más de cuarenta a la peña Gratal y de verdad, el panorama observable en sus 360 grados es sobrecogedor. El tramo de cordillera pirenaica, al norte, es inabarcable, con una imagen de Cotiella muy escorada al este y que nunca habíamos visto. Pero es al sur y debajo de esta cima donde se podía sobrevolar la autovía que asciende el Monrepós y la localidad de Nueno, así como toda la planicie de la Hoya de Huesca casi cubierta por una neblina de la que salía al oeste y con mucha nitidez la cima nevada del Moncayo.

Este invierno se ha caracterizado por el frío y también por los cielos azules inundados de un sol radiante que presagiaban ya en enero la ausencia de lluvias. Todo esto hace temer otra sequía si abril no lo soluciona con sus “aguas mil”. Más bien haría falta que lloviera ya en este febrero pues los campos verdean tímidamente para estas fechas en que se suele ver las mieses crecer y cubrir de color esta llanura que veíamos más bien parduzca a nuestros pies. Mientras, caminábamos hacia el extremo oeste de la sierra estudiando cómo atacar el objetivo final que parece inexpugnable por su silueta agreste.
Precisamente subiendo a Gratal por un sendero estrecho entre los bojes, empinado y otra vez por la cara norte, en el instante de alcanzar la cumbre ansiábamos adivinar la fortaleza de Loarre a nuestros pies pero era imposible identificar esta joya de la historia de Aragón.

Este segundo hito de la jornada marcaba, ya bien entrada la tarde, el inicio del descenso suave de nuevo al embalse de Arguis. Los datos de nuestro aparato GPS nos han dado un desnivel acumulado rozando los mil metros y una distancia en kilómetros que supera los diecisiete. Es decir, como en cualquier ascensión a un tres mil pirenaico. Igual que en el Somontano tenemos muy cercanos parajes como Alquézar o la sierra de Arbe, en Huesca capital disfrutan de la cercanía de estas sierras transversales de este a oeste para propiciar terrenos de juego ideales para el divertimento y la aventura.
De verdad que somos unos privilegiados por vivir en este Altoaragón lleno de atractivos en aspectos tan destacados como el ocio, el patrimonio y el deporte.