El día 13 de enero de 2020 tomaba posesión el gobierno más progresista de la reciente historia de España (por lo menos, así era tildado por los medios de comunicación y se creía). Al frente de la cartera de Sanidad, un filósofo en el que toda la salud pública, después de la nefasta gestión de gobiernos anteriores, deposita todas sus esperanzas de mejora, tanto laborales como asistenciales. Pero un virus llegado de China, vía Italia, desbarata todas las expectativas. En pocos días, el filósofo elevado a Ministro de Sanidad se enfrenta a una terrible pandemia que, a todas luces, es incapaz de gestionar. Resultado: en un tiempo récord nos convertimos en el primer país del mundo en número de infectados y de muertos. Su experiencia como alcalde de su pueblo, La Roca del Vallés, o su paso por la justica catalana, de poco le sirven, tampoco las supuestas consultas que imaginamos realiza a sus apuntes de estuante sobre Platón o Descartes. El desconcierto del filósofo es total (quizá Nietzsche podía haberle ayudado, pensamos, pero nos tememos que lo obvia, por no encajar en sus suficiencias). Las críticas le llueven de todas partes (incluso del extranjero). El filósofo se cabrea y, siguiendo el método de los más abyectos dictadores, recurre, en un primer momento, al miedo (el peor de los virus), y, posteriormente, para poder confinar de todos los ciudadanos en sus casas, al estado de alarma (que el susodicho gobierno progresista al que pertenece no duda en dictar). La vida pública se paraliza, y también la laboral. Por si esto fuera poco, para asegurarse de que la represiva norma se cumple, se moviliza a todas las fuerzas del orden: policía, guardia civil y ejército, cuyos mandos (uniformados y circunspectos), con un lenguaje militarista y bélico nos recuerdan, a través de los medios, nuestra obligación de permanecer confinados (y atemorizados). A partir de este momento, por tierra, mar y aire se controlan nuestros movimientos. Viejos fantasmas del terror, casi olvidados, despiertan en las mentes de los más mayores. Las medidas coercitivas, como cabe de esperar en un país democrático, no sirven para nada y las gentes siguen enfermando y muriendo, especialmente en las residencias de ancianos, donde nuestros mayores quedan desprotegidos a merced del virus. El resto de los españoles, incrédulos y atemorizados, no podemos hacer otra cosa que ir contando contagiados y muertos desde nuestras hogareñas prisiones.
El filósofo elevado a Ministro de Sanidad prueba, pasado un tiempo, con la mística de santa Teresita de Jesús y con la filosofía tomista: se vuelve más dulce y permisivo y va eliminando, progresivamente, uniformados de los platos y relajando las medidas restrictivas. La sanidad, hasta ahora desbordada, parece ir viendo la luz al final del túnel, todo a fuerza del buen hacer del personal sanitario y su voluntad de hierro; pero en los centros geriátricos continúan muriendo nuestros mayores, sin que nadie ponga remedio. Gobierno central y autonómicos se culpan unos a otros. Los más afectados con las medidas restrictivas serán los vectores de transmisión asintomáticos e incontrolables, es decir, los niños (así denominados por el exalcalde de La Roca del Vallés), quienes ven cómo se cierran los colegios, sin siquiera finalizar el curso, y se les obliga a confinarse en sus casas impidiendo cualquier contacto con sus amigos. Para colmo, se nos conmina a desconfiar de ellos, por su poder de transmisión vírico y su condición de asintomáticos.
Como ni aun recurriendo a los santos pensadores, al miedo y a la más dura represión sufrida por los españoles en muchos años la pandemia cede, el filósofo ascendido a ministro de Sanidad, en su desespero, decide recurrir a un comité de expertos (grupo de augures que solo existe un su imaginación). El imaginario comité parece encontrarse tan desnortado como él y se evanesce en un sopor nocturno. Mientras tanto, nuestros mayores continúan muriendo en las residencias.
En vista de su desastrosa gestión –y ante la presión ejercida por los sectores empresariales, en general, y turísticos, en particular–, en que la curva de contagios desciende, el filósofo ascendido a Ministro de Sanidad pasa el “muerto” –y nunca mejor dicho– a las comunidades autónomas, donde, como cabe de esperar, vuelven a ascender los casos. Aragón, junto con Cataluña, son las primeras regiones en las que la sanidad pública muestra su agónica situación (endémica). La propia consejera de Sanidad se ve forzada a dimitir tras las quejas de los sanitarios por las precarias condiciones en que se ven forzados a trabajar y sus polémicas declaraciones en relación a los equipos de protección de estos. Los contagios se disparan en pocos días, especialmente (de nuevo) en las residencias de ancianos (cuya precariedad de recursos y personal cualificado vienen arrastrando desde hace años), donde no parece encontrarse ningún medio de contención para el virus. El Gobierno autonómico aragonés, desbordado, sigue la técnica informativa emprendida por el Gobierno central: la de echar balones fuera. Ahora se culpa a temporeros (humildes emigrantes, en su inmensa mayoría), por venir a recogernos la fruta y por vivir hacinados en precarias condiciones, y a los jóvenes, por querer desfogarse después de casi seis meses de encierro. Para acabar con el desenfreno y la molicie, se recurre a un aumento del miedo y de la represión. Se restringen (más) los accesos a los lugares públicos y se cierra el ocio nocturno, siguiendo el consejo de nuestro presidente, quien afirma, una y otra vez, que no le temblará el pulso a la hora de tomar medidas coercitivas (entre otras cosas, porque él no va a ir a la ruina como las miles de familias que se quedan sin un ingreso mínimo). Pero de nada sirve la pertinaz persecución de asintomáticos cuando el virus sigue campando a sus anchas por los geriátricos y otros centros de alto riesgo.
El país se hunde en la miseria y a la desesperanza. Llegado agosto, Aragón ha conseguido, debido a su mala praxis con el virus y a la cantidad de rebrotes, que por primera vez en la historia se hable de él en todo el mundo. Como respuesta a la mala gestión, las medidas ya sabidas: aumento de restricciones y más sanciones.
Llegados a este punto, uno se pregunta: ¿y a estos señores del poder que han mantenido desprotegidos a nuestros sanitarios, que no han cumplido con el número mínimo de rastreadores propuesto por la OMS, que no han tomado las medidas pertinentes para que ni en una sola de las residencias geriátricas entrara el maldito virus o que han estado mirando hacia otro lado (teniendo seis meses como han tenido) en lugar de acondicionar las aulas para que el curso escolar comenzara con total normalidad quién los denuncia? ¿Por qué si los ineficaces e incompetentes son ellos, debemos pagar nosotros?
Nuestros hijos y nietos ya van al colegio. Padres y educadores parecen estar de acuerdo en que las medidas tomadas no van a servir de mucho, a la hora de evitar contagios. La presidenta de la Comunidad de Madrid, en un acto de sinceramiento, ha reconocido que todos los niños a final de curso habrán contraído el virus. De ser así, me pregunto, entonces ¿para qué tomar todas las medidas que se están tomando, de mascarillas, geles hidroalcoholicos, distanciamientos, lavados y más lavados de manos y miedo? ¿Qué necesidad hay de hacerles pasar a nuestros niños por todos los horrores que se les está haciendo pasar, si luego no va a servir de nada? ¿No hubiera sido mejor invertir todos los esfuerzos, energías y recursos en salvaguardar a nuestros profesionales sanitarios y a nuestros mayores (que no se ha hecho) que son los que de verdad enferman y mueren?
Nada ha funcionado. Se han tomado las medidas más restrictivas de Europa, siguiendo el modelo represivo chino, y ahora nos encontramos con un país asolado por el número de infectados por el virus, por los rebrotes y por una economía hecha añicos. ¿Qué más tiene que pasar para que, de una vez por todas, se tomen medidas prácticas y eficaces, propias de un país democrático como el nuestro? ¿Cuándo se van a decidir a escuchar a los verdaderos expertos sanitarios, esos mismos que otros países europeos han seguido y también les está yendo?…
¿Y fin de la tragedia, cuando se haya encontrado una vacuna eficaz? ¡No! Recuerde, entonces solo habremos asistido al prólogo de la misma! El desarrollo de la obra está por empezar. Luego vendrán las muertes por hambre, por suicidio, por violencia y por trastornos; pero también, ante la falta de atención en los centros médicos, por enfermedad, por ataques y por procesos infecciosos y víricos de distinto tipo. Claro que estas muertes nunca saldrán en los informativos. Muérase usted de lo que guste, pero no de coronavirus. ¡Pasen y vean!