El Megalitismo y el Arte Rupestre quizá sean las manifestaciones culturales prehistóricas que más han fascinado a las sociedades posteriores.
Con el término megalitismo, acuñado por el británico Algernon Herbert en 1848, se designa un ritual de enterramiento colectivo de inhumación, en construcciones bien visibles hechas con grandes bloques de piedra, que se impone fundamentalmente en la Europa Occidental durante el Neolítico e incluso hasta el inicio de la Edad del Bronce. El uso de construcciones funerarias ciclópeas es un fenómeno de mayor dispersión y se extiende por el ámbito mediterráneo. Abarca una variada tipología, desde los simples dólmenes cubiertos por túmulos de piedra a los más complejos con un corredor que precede a la cámara. Aparecen otras formas, a veces con mayor dificultad de interpretación: túmulos, piedras enhiestas como menhires o cromlechs y sencillos círculos de piedra, éstos quizás de época posterior.
Junto a su uso funerario, estos monumentos han sido considerados en ocasiones como vestigios de una cultura pastoril, hitos que marcan un territorio o relacionados con la identidad de grupo y su afán por perdurar en el tiempo. A algunos se les ha vinculado con una finalidad astronómica siendo el cromlech de Stonehenge en Inglaterra el principal ejemplo de ello.
Los valles del Pirineo oscense y la Sierras Exteriores acogen un buen número de ellos que las investigaciones arqueológicas acrecientan con nuevos descubrimientos.
Los encontramos en zonas naturales hoy consideradas de gran interés, destacando en el paisaje, en lugares a veces sobrecogedores. La cultura popular en su interpretación los contempla a menudo con un componente fabuloso, como obra de seres poderosos y fantásticos, sitios que guardan tesoros, y que al valor arqueológico aúnan el etnológico y el cultural inmaterial. Nombres como el dolmen de “Caseta de las Guixas en Villanúa, el de “Caseta de las Brujas en Ibirque o el propio de la Losa Mora en el Somontano que representa muy bien esta dualidad.
El Dolmen de la Losa Mora está situado en un hermoso paraje del entorno del “Vallón de los Moros” en los aledaños del barranco de Mascún, entre las localidades de Nasarre y Otín, en plena Sierra de Guara. La denominación del dolmen junto con el topónimo de su entorno ya nos alerta del halo de misterio que rodea a ambos.
Corresponde a una estructura de tipología sencilla que es la más habitual en nuestro Pirineo. Está erigido con tres grandes losas verticales laterales que configuran una cámara rectangular ligeramente trapezoidal, abierta por una cara a modo de entrada, y cubierto con una gran losa horizontal. Otra más pequeña cierra parcialmente la entrada. En origen, un túmulo de piedras y tierra cubriría todo el monumento, excepto una pequeña abertura “la ventana dolménica” que facilitaría su acceso para practicar los sucesivos enterramientos. De este túmulo, que debió medir en torno a 12 metros de diámetro, se conservan los restos a sus pies.
Era conocido desde antiguo y fue excavado en 1934 y 1935 por Martín Almagro, quien ya encontró removido su interior. Además de numerosos restos de huesos humanos de los diversos enterramientos practicados obtuvo otros materiales correspondientes a los ajuares funerarios que los acompañaron: fragmentos de cerámica, cuchillitos y puntas de flechas de sílex, dos hachas pulimentadas y un punzón de bronce, que alarga la cronología de uso de este sepulcro entre el Neolítico y la Edad de los Metales.
Se entiende que su presencia provocara a lo largo de los siglos extrañeza y admiración, tejiéndose en torno a él varias leyendas y hechos fantásticos que la tradición oral nos ha legado como un tesoro hasta nuestros días. Seguro que a luz del fuego del hogar fueron objeto de transmisión entre muchas familias de estos valles.
A mí particularmente me atrae aquella que cuenta que en tiempos inmemoriales una hilandera gigante recorría la sierra de Guara con una gran piedra en equilibrio sobre su cabeza. Caminaba y caminaba con su rueca sin dejar de hilar y al finalizar colocó la piedra que portaba sobre su cabeza sobre otras dos verticales, dando lugar al dolmen. Este personaje, que también aparece en otros lugares, entronca con las míticas y poderosas figuras femeninas de hilanderas, moras, hadas, relacionadas con las moiras y parcas de la cultura clásica, que rigen el destino de los seres humanos y nos enlaza con toda una tradición universal.
Otra de las leyendas, de corte más romántico, narra que un príncipe musulmán se enamoró de una joven cristiana, debiendo ambos huir pues su relación no era aceptada. Escaparon a caballo siendo perseguidos por las huestes cristianas entre una nube de flechas, una de las cuales hirió de muerte a su amada. Se dice que roto de dolor la enterró en ese lugar erigiendo para ello este monumento y seguidamente volvió al encuentro de sus perseguidores dejándose matar.
Y hay otros relatos más que detallan fenómenos extraños, voces, apariciones de seres fantásticos, un compendio de enigmas que nos asoman a un universo mágico. Toda una forma de explicar por qué estas imponentes obras aparecen en plena naturaleza, manteniendo, seguramente, el deseo de sus constructores de sobrevivir en el tiempo.