Este año las almendreras han florecido, prácticamente en el mes de marzo, cuando otros años empiezan a hacerlo en febrero. También se han retrasado las aliagas.
Esto se debe a que ha helado bastantes días. Las plantas estaban dormidas y se habían retenido en echar la flor. Pero, en cuanto han notado que subían un poco las temperaturas, el campo se ha despertado y se ha convertido en una explosión de verdor, flores e insectos. También los pájaros han vuelto y su barullo ha animado el entorno. Todo indica que la llegada de la primavera es inminente.
Sin embargo, no te puedes fiar. Los de esta tierra sabemos que hay heladas tardías que te pueden dejar sin almendras y otros productos. Algún año llegamos a 15° bajo cero y se helaron hasta las oliveras.
Es curioso que en Aragón, la mayoría de los árboles frutales son del género femenino (cereceras, manzaneras, pereras, cerolleras, minglaneras, nogaleras,). El Somontano es tierra de “secano” que depende del agua de lluvia, que no suele ser abundante. También sabemos que un cultivo intensivo la puede agotar.
Hay que dejarla descansar una temporada para que se recupere. A esa práctica la llamamos dejar en “barbecho”.
Entre este sistema, que impide sacar provecho de toda la tierra a la vez y que hay años en que las almendras se hielan, el clima no ha favorecido a las oliveras o alguna pedregada intempestiva ha dejado sin cosecha, la vida del labrador, del Somontano, ha sido muy dura y desesperante ante un clima tan imprevisible.
Pero los tiempos cambian y el progreso ha ido transformando muchas zonas en “regadío”, que es una bendición. ¡Ya tenía razón Joaquín Costa! Sin embargo, con el clima no se puede hacer nada, ¡es el que es! Todos los años hay que mirar al Cielo y rogar para que haya una buena cosecha.
Hablando de rogar, esto me recuerda a las “rogativas”.
Hace años, si el tiempo era inclemente, debido al exceso de lluvia, nieve o hielo, o, en caso contrario (que era lo más frecuente) por falta de agua o por invasión de plagas que afectasen a las cosechas, se organizaban “procesiones de rogativas” para suplicar la intervención divina y, así, paliar las desgracias. Existen rituales para todo tipo de necesidades.
Litúrgicamente, las “rogativas”, fueron establecidas por la Iglesia para ser rezadas o cantadas en ciertas procesiones. Tenían lugar dos veces al año: en la festividad de San Marcos (25 de abril) y en los tres días anteriores a la Ascensión. Además, con carácter extraordinario, el Papa y los obispos podían prescribirlas en cualquier época del año en calamidades y necesidades públicas perentorias.
No sólo se han hecho en el Somontano, sino también en otras regiones de la España seca, cuando el año era descorazonador para las personas y los animales porque no llovía. Eran las rogativas “Ad petendam pluviam”. El sacerdote utiliza ornamentos morados (estola y capa pluvial). Su celebración debía ser solicitada formalmente por los ayuntamientos y ser aprobada por la Iglesia, en un proceso burocrático que deja registro en diferentes archivos.
Fernando Domínguez Castro, investigador de la Universidad de Zaragoza, ha liderado el trabajo de un grupo internacional de climatólogos creando una base de datos que permite recopilar las rogativas y sus períodos de sequía, en diferentes países. Hasta el momento el estudio recoge más de 3.500 en 153 localidades de once países, durante los últimos 650 años. En Aragón se han documentado 239. La más antigua, en Jaca, en 1.542 y las últimas son previas a 1.950.
Se rezaba, se cantaba y se procesionaban las imágenes de más arraigada veneración de cada pueblo, por las calles, campos y montes y en algunos casos, se metían en el agua y no se sacaban hasta que llovía.
Estos rituales recuerdan prácticas animistas en las que se buscaba la unión con las fuerzas de la Naturaleza para conseguir que actuaran a favor del hombre, atrayéndolas con magia simpática. Para ello todo era válido. Se recurría a los instrumentos de que se disponía y siempre con humildad, pidiendo perdón y rogando por si era culpa del ser humano y por ello necesitaba de la bondad y misericordia divinas. Algunas veces empezaba a llover en el camino de vuelta y había que correr de tanta agua que caía.
Las “rogativas” se rezaban en latín y como los fieles no sabían latín y había que estimular el fervor de los asistentes, se cantaban plegarias en español y adaptadas al caso, en cada localidad.
Un bisabuelo mío, que según cuentan, era muy bromista, estando en el campo, no podía volver a casa porque un barranco bajaba lleno de agua y le era imposible cruzar. (En aquel tiempo, si los campos estaban lejos de casa, los labradores se quedaban en las casetas de monte hasta que completaban la faena). Y él, que era un irónico, cuanto más llovía, le oyeron cantar desde otras casetas:
“Agua pidimos Dios mío
si nos conviene Señor,
aunque semos pecadores
ya l´os pidimos perdón”.
En muchos pueblos los niños, cuando oían a sus padres quejarse de la falta de lluvia, solían pedir cantando en sus juegos:
“Que llueva, que llueva,
la Virgen de la Cueva, (..)”
Este año, a primeros de abril se celebra la Semana Santa. En nuestra zona existe la tradición de preparar los “monumentos”. Cuando se desmontan, se reparten los cabos de las velas que han ardido en dicho monumento, desde el Jueves Santo, en que empieza la “Pasión”, hasta el Viernes Santo, en que Cristo muere. Estos cabos de vela se llevan a las casas y se encienden como protección contra las tormentas que traen el pedrisco, los rayos o la furia, produciendo desastres.